1Samuel 8: 18....... Aquel día os lamentaréis a causa del rey que habréis elegido, pero entonces Jehová no os responderá. Pero el pueblo no quiso oír la voz de Samuel, y dijo: --No. Habrá un rey sobre nosotros, y seremos también como todas las naciones. Nuestro rey nos gobernará, saldrá delante de nosotros y hará nuestras guerras.
En la teología le llaman a esto el fin del gobierno de Dios, “la teocracia”. La historia es la siguiente: Israel era el único pueblo en esta tierra que era gobernado directamente por Jehová. Un día dijeron al sacerdote Samuel: “no queremos que Jehová nos gobierne” y nombraron a un rey.
La maldad del rey humano se hizo manifiesta desde Saúl, el primer rey, hasta Sedequías, el último de los reyes.
Cuando Saúl fue escogido, lo hicieron por su estatura; era más alto que cualquiera, de hombros para arriba y por ser de buen parecer, pero fue un cobarde, incapaz de enfrentar a sus adversarios, consultaba brujas, y era desobediente a Dios.
El segundo rey, David, valiente como ninguno, tuvo un buen gobierno “humano” al comienzo. Después se corrompió, mató, adulteró y llevó a su familia y al pueblo a un caos. Los que siguieron cada vez fueron iguales o peores. Cuando las naciones, los pueblos o los hombres desprecian el gobierno de Dios, terminan de esclavos del pecado, de una de una enfermedad, del trabajo, o de alguien o de algo.
Cuando los hombres, las mujeres se vuelven al padre por medio de Cristo, cuando aceptan que Dios sea su rey, salen de la esclavitud del pecado, son sanos y tienen paz.
Dios siempre quiso tener un pueblo donde todos fueran reyes y sacerdotes donde no hubieran esclavos sino libres. Imagínese, en este momento, usted vestido de rey; usted mujer, de reina, no tiene necesidades, ni enfermedades, vive en una mansión, en un palacio, en el Edén, sus hijos son libres, son sanos, no trabaja para nadie sino para sí mismo……… esta es una profecía.
Usted puede hacer parte de ese reino, aceptando hoy a Cristo como su único y suficiente Salvador
Declaración
Hoy decido que solamente tú, Jehová, eres mi Rey. Quiero hacer parte de tu pueblo. Entiendo que esto es sólo posible a través de mi fe en el sacrificio de Cristo, a quien acepto como mi único y suficiente Salvador.
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