Juan 11:33-35 Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió, y dijo: ¿Dónde le pusisteis?
Le dijeron: Señor, ven y ve. Jesús lloró.
Las escrituras solo hablan de que Jesús lloró 2 veces y no fue precisamente cuando le golpearon con un látigo hasta arrancar su carne, ni cuando lo golpearon con un palo en su cabeza, ni cuando colocaron una corona de espinas sobre su cabeza o cuando escupieron su rostro, ni cuando mecieron su barba queriéndola arrancar ni cuando los clavos atravesaron sus manos y sus pies. Él no lloró en esas ocasiones. Él sólo decía, “Padre, perdónalos que no saben lo que hacen.”
La primera vez que Jesús lloró fue cuando realizó una visita a casa de María y a Marta. Lázaro, hermano de ellas, había muerto. Lloró porque Lázaro se había perdido en el infierno. Estaba en el lugar de tormento. Eso le dolió más que los golpes y los clavos. Para el padre es muy doloroso que un hijo se pierda, que no triunfe, que se enferme. Jesús había visitado infinidad de veces a Lázaro. Al parecer, éste nunca aprovechó su visita, no aprovechó el tiempo de su salvación……..Recuerdo un hermano que nos visitaba cuando yo no era creyente. Le saludaba y me alejaba de donde él se encontrara y lo dejaba hablando con mi esposa y mi hija. Yo me decía, “la visita no es para mí.” No aproveché el tiempo de visitación, de mi salvación. En ese momento, lo retrasé.
Lucas 19:41-42 Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: !Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos.
Su segundo llanto fue cuando visitó la ciudad de Jerusalén. La vio proféticamente lejos de Dios: destruida, en ruinas, sus mujeres…….sus niños……..esclavizada, enferma y sin paz. Jesús había visitado muchas veces Jerusalén, mas ésta ni le creyó ni le aceptó. “A los suyo vino mas los suyos le rechazaron,” dice el evangelio de Juan.
Es, precisamente, en ese lugar que, luego de haber sido recibido con palmas y con aclamaciones, a los pocos días, esas mismas voces decían “¡crucifícale, crucifícale!”. En ocasiones, recibimos con gozo la palabra de Dios, pero luego con nuestras acciones es como si fuéramos de los que gritaron “¡crucifícale!”
La causa de su llanto, como puedes apreciar, es por el dolor al saber que esas almas se pierden. El pago por nuestros pecados fue su sacrificio, el que nos trajo salvación. No debemos menospreciar ese sacrificio. Si ya aceptaste a Jesús, el siguiente paso es que le prediques a otros acerca del de Jesús.
Oración.
Señor Jesús, sé que he sido la causa de tu llanto en más de una ocasión; primero, al ser rebelde a tu llamado para arrepentimiento, y segundo, al no predicarle a otros de la salvación. Hoy te prometo no ser más causa de tu llanto. Le hablaré a multitudes de tu sacrificio y seré obediente a tu llamado
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