Hechos 2:42.......Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.
La palabra doctrina quiere decir enseñanza, por lo tanto la doctrina de los apóstoles es la enseñanza que éstos les brindaban a los convertidos. No hablaban por voluntad propia sino por encomienda del Señor, quien les ordenó: "Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado" (Mateo. 28:20).
La enseñanza de Jesús, transmitida por los apóstoles, conforma el cimiento de la iglesia: "Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo" (Efesios 2:20). Por lo tanto, la doctrina constituye el factor esencial de unidad de la iglesia del Señor y su fundamento. Si la desechamos, destruimos esa unidad.
Esta doctrina es la base de la predicación del evangelio, con la que afirmamos que Cristo es el Hijo de Dios (doctrina de la encarnación), que derramó su sangre por nuestros pecados (doctrina de la redención), que somos salvos por la fe (doctrina de la salvación), etcétera. Es imposible predicar a Cristo sin predicar doctrina.
La fe cristiana no es el resultado de la especulación humana, sino de la revelación de Dios. Él ha hablado, y en las Sagradas Escrituras tenemos toda su revelación para el hombre. Esto constituye el tesoro más valioso del cristiano, la "sana doctrina" a la que debemos ajustarnos: "Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina." (Tito. 2:1).
De la raíz del calificativo sana, que se aplica en griego a la doctrina, proviene nuestra palabra higiene, es decir, saludable, que proporciona salud espiritual. Por tanto, la doctrina de los apóstoles es la base de la salud espiritual del pueblo de Dios.
La sana doctrina, enseñada por el Señor y transmitida por los apóstoles, proviene de Dios. Así lo afirmó Jesús cuando dijo: "Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió" (Juan 7:16). Esta enseñanza jamás puede causar divisiones, es más, es el vínculo más importante del pueblo de Dios.
La sana doctrina, por el contrario, tiene efecto saludable en la vida de quien la recibe. Aunque a veces es dura, señala errores y exige enmiendas, todo eso lleva a vivir a plenitud en Cristo.
El ministro de Dios tiene que sentir la responsabilidad de predicar lo que Dios manda, con la certeza de que es saludable para su pueblo. "Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido" (1 Tito 4:6). El cuidado que tengamos de nosotros mismos y de la doctrina redundará en beneficio espiritual para todo el pueblo de Dios.
Declaración
Declaro que predicaré la sana doctrina, la palabra de Dios, conforme a las escrituras, las cuales fueron expuesta por los apóstoles.
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