Levítico 9:12........Y el fuego encendido sobre el altar no se apagará, sino que el sacerdote pondrá en él leña cada mañana, y acomodará el holocausto sobre él, y quemará sobre él las grosuras de los sacrificios de paz. El fuego arderá continuamente en el altar; no se apagará.
Dice la escritura que el día que montaron por vez primera el altar y la leña y acomodaron el primer cordero, descendió fuego del cielo y se encendió el holocausto. El primer fuego lo puso Dios. A partir de ese momento, nunca se debía apagar; había que mantenerlo encendido.
Esto tipifica la acción del Padre, entregando a su único hijo en sacrificio en una cruz, y el juicio de Dios sobre la humanidad de Jesús, al cargar nuestros pecados, fue como el fuego sobre el altar consumiendo al cordero en el altar de bronce o sacrificio (también era llamado así).
Luego de ese primer momento en que fuimos impactados por El Espíritu Santo, al ser revelado Jesús en nuestras vidas, es obligación nuestra mantener ese fuego, esa llama, esa pasión en nuestros corazones, por medio de la oración, la adoración, la lectura de la palabra y pasar tiempo a solas en su presencia. "¡Qué no se apague el fuego nunca!" Es como en el antiguo rito, echándole leña al fuego.
El altar tenía una función, ser el lugar de sacrificio, y su ubicación era cruzando la puerta del atrio, de manera que era lo primero que se encontraba al traspasarla. Esto nos enseña que sólo con dar pasos de fe hacia la presencia de Dios, enseguida obtendremos perdón y reconciliación.
El altar de bronce nos enseña que, al acercarnos a Dios, lo primero que debemos hacer es el reconocimiento de nuestros pecados, y lo segundo, el arrepentimiento y la expiación por medio de creer en Jesús (el cordero provisto por Dios) como nuestro único redentor.
En la cruz (altar del sacrificio o del juicio), Jesús, el cordero de Dios, efectuó la "Expiación" del pecado (Hebreos 2:17). La expiación es el acto por el cual la culpa del pecado es cancelada al haberse efectuado una reparación por el mismo.
También se efectuó la "Purificación" del que ha creído en el sacrificio expiatorio (Apocalipsis 1:5). La purificación es el acto por el cual somos limpiados de la contaminación del pecado por medio de la sangre derramada por Jesús.
El altar nos muestra la justicia de Dios. Pero también nos muestra la gracia de Él, al proporcionar una muerte vicaria (sustitutoria), de manera que el pecador no tenga que responder él mismo con su propia vida.
Declaración
Declaro que cada mañana, cada día de mi existencia, recordaré el sacrificio de Jesús en la cruz por mis pecados, y me acercaré a Él en adoración, en oración y en la lectura de la palabra, manteniendo encendido el altar que ahora está en mi corazón.
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