Éxodo 30:17....... Habló más Jehová a Moisés, diciendo: Harás también una fuente de bronce, con su base de bronce, para lavar; y la colocarás entre el tabernáculo de reunión y el altar, y pondrás en ella agua.Y de ella se lavarán Aarón y sus hijos las manos y los pies. Cuando entren en el tabernáculo de reunión, se lavarán con agua, para que no mueran; y cuando se acerquen al altar para ministrar, para quemar la ofrenda encendida para Jehová, se lavarán las manos y los pies, para que no mueran. Y lo tendrán por estatuto perpetuo él y su descendencia por sus generaciones.
Dios ordenó a los israelitas construir un altar y en él, confesar pecados sobre un inocente cordero, sacrificarlo y luego quemarlo, tipificando a Jesús, que años después fue crucificado a la hora del sacrificio de los corderos, tomando nuestro lugar. Cuando confesamos nuestros pecados, nos arrepentimos y creemos que Jesús tomó nuestro lugar. Dios el Padre nos perdona y nos hace hijos de Él.
En el antiguo rito de los israelitas, el sacerdote que ofrecía el sacrificio, antes de entrar al lugar Santo, la cual era una de las habitaciones de la casa terrenal construida para Dios, debía lavarse las manos y los pies, dice la Biblia, para que no muriera. Esto de lavarse tipifica la acción del Espíritu Santo de purificarnos a través de la palabra de Dios, a diario.
Todos los días de nuestras vidas debemos ir a la presencia del Señor en oración y permitir que, a través de la palabra que leemos o escuchamos y meditamos, el Espíritu de Dios nos redarguya, nos limpie, nos purifique, nos santifique, para que no muramos espiritualmente.
Sin la acción del Espíritu de Dios, nada es posible, ni el nacimiento espiritual, ni, mucho menos, el crecimiento espiritual.
El orden del ritual nos habla del desarrollo de la vida del cristiano: el altar de bronce tipifica a Cristo y su cruz, en el cual hay salvación; la fuente de agua tipifica la santificación del creyente. En el primer paso, Cristo ejecuta la acción. En el segundo paso se requiere que el creyente busque la purificación: ¡lávate!!!
Levítico 8:6 Habla de la purificación de los sacerdotes. Ellos tenían que lavarse todo el cuerpo. Esto lo hacían completamente, pero después tenían que lavarse los pies y las manos cada vez que ministraban en el tabernáculo.
Esto es algo maravilloso porque concuerda con lo que Jesús le habló a Pedro cuando le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos, hablando de Judas. A diario necesitamos la ministración del Espíritu Santo, por medio de la palabra.
Declaración
Señor, lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame , y seré más blanco que la nieve. Señor, hoy declaro, en el nombre de Jesús, que cada día te buscaré más en oración y lectura de la palabra
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